El magisterio de la Iglesia propone, para una auténtica transformación en lo social y educativo tres fundamentos:
La palabra de Dios, la fe y la razón
La Doctrina social de la iglesia tiene sus inicios a finales del s. XIX. Posteriormente la devastación de Europa con la primera guerra mundial, la crisis económica, y el desarrollo de las ideologías llevaron a que el papa Pío XI y sucesores formularan en el seno de la iglesia una propuesta que tuviera como principio la integración de los países en una política de cooperación, y que, a la luz de dicha política se formularan estrategias de subsidiaridad. Propuesta que tendría su razón de ser en una perspectiva del humanismo integral y solidario.
Siguiendo esta perspectiva, la Doctrina social de la Iglesia DIVULGA EL EVANGELIO como una alternativa para constituir comunidades cristianas y generar procesos de humanización. En este sentido, la humanización es comprendida como la forma en que la educación del hombre incluye la palabra de Dios y por tanto, es orientada en sus preceptos con el objetivo de guiarlo hacia la libertad de la religión. Dicha humanización es reconocida por la iglesia como la capacidad de comprender la dignidad, la justicia, la fraternidad y la libertad como condiciones del hombre y como aspectos posibilitadores de su acción, en tanto ser individual y ser social.
De tal manera, la inserción del hombre en la sociedad, su actuación en el marco de estos valores, constituye una responsabilidad para la iglesia, en la medida que, DESDE EL EVANGELIO SE DAN LAS DIRECTRICES PARA ORIENTAR SU COMPRENSIÓN ACERCA DE LOS “OTROS”; de aquellos con los que construye el mundo y lo habita. Esta relación entre lo individual y lo social es para la doctrina el punto focal de su misión y el más certero objeto de transformación, es por eso que su poder de acción incluye el desarrollo de una praxis social enmarcada en la reflexión de cómo el poder vicia las relaciones y cómo algunas instituciones influyen en la realidad de los sujetos, manipulando y coaccionando sus modos de actuar. Por lo anterior, la praxis es el lugar desde donde la iglesia trabaja el presente, fomentando la transformación de las relaciones humanas. Relaciones que algunas veces pierden su razón de ser por la manera en que las instituciones públicas extinguen el poder divino en la tierra, pero también, por cómo reducen erróneamente el hecho religioso a la esfera meramente privada. Así, uno de los principios de transformación del ser, de regulación de las relaciones humanas y de humanización en general, es el fortalecimiento de los lazos de amor; amor que inicialmente proviene de la fuente divina y que busca transformar la sociedad mediante la divulgación de un mensaje de liberación. Esta transformación está mediada por la puesta en marcha de los valores sociales, el respeto por la dignidad, el reconocimiento de la libertad, el desarrollo de relaciones fraternas y solidarias, pero sobretodo, el ejercicio de estos valores en el marco de la justicia. Cada uno de ellos es, pues, una manera de poner en práctica el evangelio y de concientizar sobre cómo éste representa un ejercicio de formación y un modo de trabajo por la realidad presente. De ahí que la doctrina formule estos valores EN EL MARCO DE UNA TEOLOGÍA MORAL QUE MÁS ALLÁ DE LOS PRECEPTOS EPISTEMOLÓGICOS Y DE LOS DESIGNIOS DIVINOS, ESTÁ ILUMINADA POR LA FE y por la idea de que el sujeto se encuentra en toda la capacidad de pensar y actuar conforme a las directrices que su voluntad le dicte. El uso de esa facultad, para el reconocimiento y simbolización del mundo lo hace un ser de acción, libre y autónomo.
Con lo anterior, la comprensión general de lo humano comporta la visión de un ser que libera y potencia su identidad en el reconocimiento de realidades terrenas; realidades que lo enfrentan a acciones y decisiones. Por lo tanto, la doctrina interpreta estas realidades, las confronta con la tradición eclesial y examina su conformidad o diferencia de acuerdo a su vocación terrena y a la consecución de su conducta cristiana, con el fin de orientarla más fielmente. Esta orientación está dada por tres niveles de enseñanza teológico-moral, denominados: fundante, directivo y deliberativo. El primero apunta a las motivaciones, el segundo a las normas de la vida social y el tercero a la conciencia llamada a mediar las normas objetivas y generales. Estos tres niveles constituyen la estructura epistemológica de la Doctrina y definen su actuar en el destino del hombre y en la vida en comunidad.
Dichos aspectos no desconocen que el poder formativo de la iglesia está fundamentado en principios de reflexión y acción. Estos principios se constituyen en las directrices de continuidad y renovación de la iglesia, a través de ellas la iglesia se convierte en un magisterio que está en la condición de abrirse a nuevas cosas y que, por tanto, genera una enseñanza oportuna y contextualizada de cómo entender y apropiar el evangelio.
ESTA ENSEÑANZA RECONOCE DOS ELEMENTOS INDISPENSABLES, LA FE Y LA RAZÓN. La primera, proviene de una denominación divina en donde la experiencia humana es orientada hacia los fines que el proyecto de Dios le ha designado; en la puesta en práctica, ésta se vale indiscutiblemente de la razón. La razón, por su parte, explica y comprende la verdad de la naturaleza humana reconociendo en ella la complejidad de la persona en tanto ser de espiritualidad y ser de corporeidad. ESTOS DOS ELEMENTOS SON ENTENDIDOS, A SU VEZ, EN RELACIÓN CON DIOS Y CON LOS OTROS SERES QUE CONFIGURAN LA HUMANIDAD.
De igual manera, para la doctrina social, la razón constituye la facultad con la que el hombre comprende en plenitud el significado y el sentido de los diferentes valores difundidos por la iglesia
, especialmente, el de dignidad. Así, dicha facultad no sólo se desenvuelve en términos intelectivos sino que funciona de acuerdo a las exigencias morales que la orientan. Su papel esencial es orientar la fe hacia una praxis estructurada y preocupada por el tiempo histórico. Es por esto que la doctrina mantiene su estatus de trascendencia. En conversación con el poder que el uso de la razón cobra dentro de los deseos de educabilidad de la iglesia, se reconoce el aporte que las diferentes disciplinas y saberes pueden otorgarle a la misión que la iglesia plantea desde esta doctrina. De modo que, se vale de posturas filosóficas y de las que las ciencias Humanas y Sociales le pueden otorgar para comprender de manera más clara y profunda el trasfondo social, político y económico de los diferentes contextos en los que debe actuar.
, especialmente, el de dignidad. Así, dicha facultad no sólo se desenvuelve en términos intelectivos sino que funciona de acuerdo a las exigencias morales que la orientan. Su papel esencial es orientar la fe hacia una praxis estructurada y preocupada por el tiempo histórico. Es por esto que la doctrina mantiene su estatus de trascendencia. En conversación con el poder que el uso de la razón cobra dentro de los deseos de educabilidad de la iglesia, se reconoce el aporte que las diferentes disciplinas y saberes pueden otorgarle a la misión que la iglesia plantea desde esta doctrina. De modo que, se vale de posturas filosóficas y de las que las ciencias Humanas y Sociales le pueden otorgar para comprender de manera más clara y profunda el trasfondo social, político y económico de los diferentes contextos en los que debe actuar.
Además de lo anterior, la filosofía comparte el conocimiento vital acerca de la naturaleza humana, la complejidad del ser, los principios que gobiernan su razón y acción moral, así como aquellos que condicionan su capacidad cognoscitiva. ES ASÍ QUE, A PESAR DEL FUERTE INFLUJO TEOLÓGICO QUE CONTIENE LA DOCTRINA, LA FILOSOFÍA APORTA EL ACERCAMIENTO A CONCEPTOS COMO: PERSONA, SOCIEDAD, LIBERTAD, CONCIENCIA, ÉTICA, DERECHO, JUSTICIA Y BIEN COMÚN.
Dichos conceptos no pueden ser estudiados en niveles meramente teóricos, su comprensión en el marco de redes y relaciones sólo puede ser dotada de sentido a través del aporte que las ciencias humanas y sociales le dan, ubicándolos en la complejidad y el devenir de las diferentes colectividades. Esa inmersión en diferentes saberes e interpretaciones de la realidad y de los sujetos, le permiten a la iglesia fundamentar de manera más propicia y coherente los principios que alinearan su compromiso con la educación en la escuela, colegio y universidad, educación que contribuye a la transformación de las situación sociales, el apoyo a la comunidad cristiana y a la humanidad en general. De tal forma, la competencia de la iglesia precisa en las necesidades y
carencias de las comunidades y pretende atender a ellas mediante la intervención y el diálogo con diferentes estamentos e instituciones educativas, LOGRANDO ENCARNAR DE MANERA MÁS DIRECTA LA SENSIBILIDAD SOCIAL EN LA PALABRA DE DIOS, LA FE Y LA RAZÓN.
carencias de las comunidades y pretende atender a ellas mediante la intervención y el diálogo con diferentes estamentos e instituciones educativas, LOGRANDO ENCARNAR DE MANERA MÁS DIRECTA LA SENSIBILIDAD SOCIAL EN LA PALABRA DE DIOS, LA FE Y LA RAZÓN.
Con esto se sigue que la labor del Magisterio eclesiástico, más que otorgado a la institución educativa, es y debe ser difundido por toda la iglesia, dado que toda su labor posee un carácter misional. Carácter desde el cual se difunden y transmiten las enseñanzas que en el marco de la fe y de la razón, siempre iluminada por la palabra de Dios, generaran nuevas formas de pensar las situaciones sociales y de atender a ellas. San Juan Pablo decía en la encíclica Fides et ratio: “La fe y la razón son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad.
(FR, n.1)Orlando Salazar Ph.D en filosofía
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